23 septiembre 2013

Odisea

           Mañana comienza la odisea…
            Han desatado las amarras de los barcos que se mecen en la orilla y la arena ha perdido su vieja forma conspirando con el viento. Los caminos atestados por el gentío permiten el paso de uno solo, yo, que de mí mismo se despide y me veo ir y consigo finalmente alejarme; pues mañana empieza el mismo viaje y el agua salada sacude con fuerza el peso de otras olas, ya lejanas. Un marinero ríe a carcajadas y me río en el reflejo de su risa de bronce que es la mía. El cielo es dolor sobre navíos que solo atinan a crujir, y los hombres abrazan a mujeres de ojos tristes.
            Seguramente mañana se termina este sufrir; el niño de la isla azul corre entre las algas y recoge fragmentos de caracolas, los pies pequeños se acercan al último barco que se aleja y lo saludan, saludan a los últimos mensajeros, me saludan a mí. Mis dedos ancianos tropiezan en el bolsillo con un puñado de caracolas rotas. Seguramente mañana la espera atraerá al sueño, pues la pesadilla en esos ojos no se borrará, no se quebrará. Las oscuras noches han pasado mirándolos a ellos, sobre la orilla siempre; de que sueño es origen este miedo o de que horror es génesis este sueño. Inmóvil ahora, percibo el sueño que se aleja mientras voy con él al lado mío.
            La roca mañana será la nueva arena y el viento que se desliza entre los rostros que ondulan en la arena ahora, ondulará sobre mí, que me aferro a esta costa que no existe y se diluye en este mar formado por mi agua, bajo el vaivén de los barcos que me nombran mientras parto. Esta playa debajo del nuevo sol estará vacía y para esos rostros el faro será solo un recuerdo extraño, como esa niebla que me envuelve aquí sobre la roca.
            El anciano observa los barcos que cabecean y arroja su sombrero al aire frío. Levanto la cabeza y mi luz se pierde en esa búsqueda sin objeto. Mañana. Ella dará a conocer las viejas respuestas; está entre ellos, entre los más ancianos, protegiéndolos del viento. Los jóvenes la miran y sueñan por esa cabellera con temor, como sueño yo en la cubierta arrasada por las olas mientras estrujo este puñado de papales mojados por la lluvia.
            Mañana es el último minuto de este día. La llovizna gris es el ramo de flores arrojado, sobre cuerpos extraños pertenecientes a otro sol, a otra piedra desgarrada y única. He descendido sobre mí mientras contemplo, el presagio de muerte que cae sobre los barcos en el horizonte.


El oráculo

El oráculo nos dijo:
Que prometimos alguna vez ser siempre los mismos,
peregrinar entre risas y fragmentos de alegrías.
Pero nos equivocamos, creímos que todavía éramos niños,
cuando nuestras manos nacieron viejas de acuñar recuerdos.
El oráculo nos dijo:
Que aseguramos que nuestra piel no envejecería, alguna vez,
que seguiría aceptando la humedad de otros cuerpos.
Que nos adormeceríamos en regazos de mujeres plenas y eternas,
ilusionando su calor y una pasión enorme junto a ellas.
El oráculo nos dijo:
Que aún, no pudimos prenderle fuego al sol.
Que nuestra sonrisa brilla aún en diversos corazones.
Que todavía somos profetas que aman con demasiada fuerza.
Que aún nuestros caminos, están llenos de voces y palabras.



Imponderables cotidianos

          Recordé una vieja historia. Un hombre vuelve siempre de su jornada laboral por el mismo camino, vidrieras cotidianas, semáforos conocidos y parpadeantes de urgencias innombrables. Es la hora en que se atenúan los sonidos del orbe y las luces reducen su brillo y los bares se sacuden de clientes. Otro hombre, una borrosa figura en su memoria, lo llama siempre desde un callejón oscuro. El hombre de nuestro relato vacila y la seguridad del llamado tiende a paralizarlo, eterniza un momento terrible y logra al fin acercarlo a la grisácea forma de su interlocutor.
En ese cercano instante observa en el ceniciento rostro, un par de colmillos de plata, de una hermosura incomparable, tan atractivos como sedientos de sangre. Rápidamente el desconocido se quita los colmillos y guardándolos en una extraña cajita de madera oscura hace el gesto de entregarlos. Pero nuestro hombre no puede detener su marcha, imponderables cotidianos encausan nuevamente sus pasos hacia las lejanas luces del hogar y abandona todas las noches al otro, al que se sumerge nuevamente en las penumbras de los angostos espacios de la ciudad.
Desconozco por cuanto tiempo discurrieron estos encuentros, el devenir de otros años u otros hombres cambian tal vez el aspecto de esta narración que hoy evoco al saltar de ciudad en ciudad, o al involucrar al narrador como propio testigo de los alterados hechos en el comienzo de esta noche. Sin volver la vista, cabizbajo, apuré mis pasos para no sentirlo, para no verlo, aunque él, sonriente en su nocturnidad, musitara firmemente mi nombre desde el siniestro callejón.


Amanecer

Dulzura en el vaivén de las hojas.
Frescura sobre rostros de porcelana.
Sentir en la piel, el aire limpio,
acariciar los fuelles de la vida.

Silencio hechizado, de manos suaves.
Afonía de flores demasiado simples.
Desprender la fina y débil telaraña
que el sol torna en bordado de bronce.
Y desde una ventana incierta, sonreír,
rodar la mirada sobre sendas de vapor.
Recordar que hay ojos que nos miran,
que urgimos su tibieza y su nostalgia.

Dulzura sobre rostros de porcelana.
Frescura en el vaivén de las hojas.
Sentir los fuelles de la vida,
acariciar en la piel, el aire limpio.


22 agosto 2013

Stalker - Tríptico

Me hubiera gustado ser El Escritor, que acompañó al Stalker a La Zona, en búsqueda de inspiración. Lamentando no poder retroceder, siempre avanzando, la curva es un camino más corto que la recta. Sin poder encontrar la palabra exacta, murmurando esa frase inolvidable: “las palabras son medusas bajo el sol…” Un viaje solo hacia el silencio y la soledad particular de cada persona, buscando ese lugar, esa Habitación, donde los sueños se hacen realidad. Un escritor sabe, yo sé, que si encuentra la felicidad, nunca más escribirá, o por lo menos no lo hará de la misma forma. Un escritor sabe que si pierde su tormento y sus dudas, entonces ¿De que vivirá?
Me hubiera gustado ser El Profesor, que acompaño al Stalker a La Zona de aterrizaje, tal vez buscando una explicación, o un pedazo de roca extraterrestre o una pequeña huella de fe. Me hubiera gustado hacer un experimento, volver atrás y rehacer el camino solo, sin El Stalker, sin pañuelos ni tuercas para detectar anomalías y corregir el rumbo. Poder decir esa frase académica, “Este lugar nunca traerá la felicidad a nadie…” y aún descreer de esa verdad. Tener en las manos la posibilidad de cambiar todo, y a la vez, no querer entregar ese poder al mundo, a la individualidad del mundo. Poseer la mente científica para encontrarle explicación a los eventos y a los artefactos, la ciencia cambiada de La Zona, y sin embargo, dudar y decir “Nunca hagas algo que no pueda ser deshecho…” y desarmar la bomba.
Me hubiera gustado ser El Stalker, el hombre que engendra la parábola de la búsqueda. Salir de madrugada con destino casi incierto, librado al humor cambiante de La Zona, sensible a cada persona modificadora de su entorno. Decir como asegura El Stalker: “la dureza y la fuerza son satélites de la muerte…", una frase inmejorable. Estar tan cerca de la verdad, de la confirmación de la esperanza y sin embargo no poder entrar en la Habitación. Tal vez como piensa El Escritor, solo ser un bufón de dios, solo esperar la lluvia dentro de La Habitación. Amar tanto lo mío, defender lo mío, como para arriesgar mi vida en La Zona, ayudando gente vulnerable y devastada, dando esperanza, y ser el único de los tres que nunca dudara, creer en la posibilidad cierta del cambio.


Palabras

Dolor...
De ser arcilla mancillada o légamo remoto,
que se corroe bajo antiguas manos de poeta
y de ser dueño ya gastado, rey sin heraldos,
erosionado por lágrimas y una fiebre añeja.

Orgullo...
¡Ah! ¡Ah! ¡Ese tonto duendecillo tenebroso!
Tan necesario, tan vital, tan a tiempo en mí,
para combatir ciertos dolores y elocuencias
y que no basta, no alcanza, una sombra gris.

Silencio...
Soledad en una tarde fría, de gatos gordos,
vacío de calles rojas y ventanas a las nubes
deambulando con la certeza tal vez incierta
de ser uno solo, yo y nadie, consigo mismo.

Palabras...
¿Cómo definir esa tiranía intensa del dolor?
¿Cómo describirte la crueldad de una frase?
No nací para aceptar las yerras respuestas,
que no procedieran de mis racionales labios.

Lágrimas...
Refugio del viajero esperando la tormenta,
sobre la cima de la montaña o en el cieno.
Mi fuerza es la del caballero más exánime
y mi tristeza cierta la del olvidado gigante.

Amor...
Perdóname hoy, no puedo hablarte sobre él,
pues estoy escribiendo un verso en la noche.
Puedo imaginar todos los rostros que amé,
pero me ciega algún color y entonces callo.

Libertad...
Muy lejos, si, muy lejos, donde tú descanses,
o donde la flor transmuta su delgada forma,
existe un legado para mí alma, elegido está,
es la curvada simpleza de una gota de agua.


21 agosto 2013

Inmoralidad

          De boca en boca, de camino en camino, de ciudad en ciudad, la triste noticia llegó a oídos de la honorable dama de Li Tsei-wa en la provincia de Henan. En las fronteras del Imperio, donde una avanzada de los manchurianos doblegaba al ejército, el General Cho Wei, había demostrado con escándalo abierto, ciertas inclinaciones románticas hacia su montura particular. El amor del diestro hombre de armas por el insigne equino había trascendido los límites de sus subalternos y provocado no pocas opiniones terribles y encontradas, motivando comentarios sugerentes a pesar de su promesa de fidelidad a la dama de la provincia de Henan. Hubo algunos intentos de encubrir la inmoralidad, tardíos ante el hecho consumado de haberlos hallado el centinela durmiendo juntos, noble arquero y cuadrúpedo, bajo la sombra de unos palisandros alejados del campamento. La honorable dama Li Tsei-wa, irremediablemente despechada, se suicidó al amanecer, mientras en la frontera bélica, una espada manchuriana cercenaba la cabeza del descuidado amante. En la provincia de Henan, se encuentra la única estatua conocida del General Cho Wei, y es la única también cuya montura, equivoco homenaje del artista, tiene una flecha clavada en el corazón.


El límite del pecado


Sé que los amantes siempre juegan,
con ese elegante y confuso encanto,
de ser sorprendidos en la intimidad
impúdica de un raudo y casto beso.

Entonces ellos sueñan inequívocos,
con el pasmo espía de los peatones,
sus corazones palpitan acelerados,
en la precipitación de las miradas.

Sé que las risas acompañan siempre
esos gestos únicos de intima locura.
Los amantes son imprudentes niños,
incitados por tormentas repentinas.

Entonces la lluvia, es aliada y oculta
los  encuentros en rincones pequeños
las caricias en infrecuentes esquinas,
y los escapes en el límite del pecado. 


Ácido despertar

No puedo soñar con dioses que me nombran, su calidez escapa de mis apéndices extendidos en la noche; no soy exótica de sus risas ni mensajera del eco de sus voces. Rehúso burlarme de la sabiduría del viento pero niego atar mi fe gastada al pedestal de una vieja estatua que mi piel nunca acarició. Aclamo que nunca a nadie se le ocurra enterrar mis restos oscuros a la sombra de una roca inmóvil, sin vibraciones, porque son mi fuerza, son mi lucha y también mi destino. En la playa, sobre la arena, ahora, el fuego arde consumiendo hilos de plata; las olas no diluyen, no conmueven, mis cenizas solitarias. Hay un grito que calla en su propio miedo, no es mío, no me pertenece; solo lo escucho mientras se confunde con mi poesía de ácido despertar. He nacido en la telaraña majestuosa, he tanteado el sabor de la inquieta mosca, pero no he visto todos los colores y moriré en el génesis de mi silencio.

Tus dragones

Un día tus dragones, enfrentaron furiosos,
a mis unicornios cansados de tanto trotar,
el resultado de ese encuentro, solo tú y yo
después de amarnos, dejaríamos en la piel.

Mi lengua decepcionada que no aprende,
que hay palabras que no debo pronunciar,
y mis versos encaprichados a tus caderas,
que impugnan el frágil descaro de besarte.

Un día, lejano y rabioso, de calor y prisas,
de espaldas a mi volviste tu rostro agitado,
me pediste que penetrara, tu carne pronta,
y ni el dolor, me dijiste, te apartaría de mí.

Mi piel que es la esclava de tus caprichos,
que no asimila que tu solo reparas lo roto,
y mi poema recostado en tus labios rojos,
mudo de las palabras que no pronunciaras.

Un día, tus crueles demonios implacables,
escarbaron entre mi carne y estos huesos,
tu boca en mi boca desgarrando la noche,
y me confesaste, vacía, que eso era amor.


01 agosto 2013

Ella

¿Sabes amigo? Fue muy interesante lo que dijiste esa noche sobre ella, tus palabras aún zumban en mis oídos como el lejano ronroneo de un motor cómodo y constante. Me aseguraste que coreabas torpemente un viejo tema de Alice Cooper, si mal no recuerdo trataba sobre adolescentes del año ’74 y en tu mente imaginabas hallarte en un motel caliente observando el reflejo de una piel joven vibrando y gimiendo bajo la palma de tu mano; pero sobre aquel asfalto infinito y cotidiano ansiabas estar solo como un perro rabioso, un lobo mordedor entre tapizados caros. El lugar podía ser Tucson o Pasadena, no recuerdas, da lo mismo a esa altura de cualquier verano. Solo el calor acompañaba tu deseo de más velocidad, tu pretensión de exprimir más la potencia del coche y llegar, no sabias adonde ni recordabas el porque, pero olvidaste todo eso cuando la viste.
Tal vez el licor rebajado del Old Dinner o las seis cervezas anteriores te predispusieron mal para el encuentro pero me aseguraste que era fea y vieja, que tu idea de un revolcón con carne joven se bajo automáticamente de la carrocería del Súper Cobra ’69 y toda maravilla de la noche se eclipso en la visión de ese flaco cuerpo óseo, poco femenino, a través del parabrisas. Solo un grito salvaje emitió tu reseca boca y aceleraste tu máquina especialmente preparada para ese tipo de fugas. Tenias bronca y mala intención, si hubieras podido arrollarla hubieras culminado la noche satisfecho pero a pesar del volantazo la figura desapareció, seguramente la cuneta acaparo los desproporcionados rasgos que viste con tus pupilas dilatadas y te dejó con esa furia que envolvieron tus palabras al relatármelas luego en El Paso bajo un cartel de neones cariados.
Te cuento ahora, que yo también una vez maneje las estrofas de "Shout at the devil" con Nikki Sixx en mis oídos. ¡Espera! Tal vez estoy refiriéndote algo que sucedió hace muy poco. La carretera se abre ahora frente a mí dejándome escapar del puño eléctrico de la ciudad hacia las sombras de un mundo libre y nocturno, mi mundo de luces altas y árboles rápidos. La aguja marcaba 110 millas. Yo también me encontré con ella y sobre el neón parpadeante en el brillo del capó la vi, no era tan huesuda como dijiste, era bella y letal, devoraba macadán y estrellas. Una hermosa muchacha de cabellos sincronizados con el viento y la noche. No tuve miedo, en mí, el alcohol no produce el fenómeno del grito. En dos breves décimas de segundo inyecté 287 cm3 de nitro, una onza de vida, al IronBlock de mi Charger, un Dodge ’71 negro como un animal nocturno, y aceleré a fondo.
Ella continúo flotando a escasos centímetros de mi parabrisas, tenía un rostro delicado y de bello color marfil, los ojos eran un fuego verde que hería mi alma. El Charger continuaba acelerando por una avenida infinita que se poblaba de árboles espectrales. A través de sus vestiduras yo observé un seno pálido e imposible, y un pezón con un piercing en forma de cruz invertida. El rock and roll de la radio tomaba la cadencia de inmenso tren negro lanzado hacia el infierno. Mi sangre humana y perecedera también fue inyectada al turbo compresor, recorriendo conductos recalentados, mangueras sedientas, un siseo de pequeñas burbujas rojas, cavitación. Enamorado aún de ella, alcancé a ver las llamas que se alzaban desde mis Goodrich de 14 pulgadas, lenguas mortales que lamían ya las ventanillas y la pintura de mil dólares, ya luego solo escuché la explosión y ella me tomo muy fuerte de la mano.


Los ríos

Si un día, todos los ríos, solo por ego,
elevaran sus cauces hasta el génesis,
perderíamos la huella de los tiempos,
carentes de referencias sobre la piel.

El río es un río y más que río,
Es serpiente que orada la espesura,
collar que engalana la corteza.
El río cuando es río, suena a río.

Si un día, todos los ríos, por despecho,
remontaran sus piedras cuesta arriba,
la montaña sería el Olimpo inalcanzable
y el hombre creería en poemas inmortales.

El río come al río y alimenta al río,
Es caníbal de su vientre emponzoñado,
caudal que no se doblega ante la piedra.
El río que reluce en río, es un dios río.


31 julio 2013

Dos mitades nocturnas

        El insecto marrón y el insecto rojo se batirán a duelo el día de hoy, en lo espeso de la fronda del jardín. Han sido convocados los padrinos, un par de tunantes luciérnagas que también proveen la fosforescencia del espectáculo. El insecto marrón sufre en su despecho por un amor no correspondido pero que mancilla su noble nombre de escarabajo de amargas cortezas. Su contraparte roja, un pequeño coleóptero de legumbres amarillas, muestra su sonrisa probóscide como si no importara el tamaño de su oponente ni el peso tremendo de sus apéndices que tranquilamente podrían partirlo en dos mitades nocturnas y comestibles. No sospecha el grandullón, que las luciérnagas fueron levemente seducidas por unas libaciones de néctar fermentado, y que la noble dama en discordia, una tímida avispa, esa misma mañana de abril le había hecho entrega al alfeñique, no sin ciertos arqueamientos tentadores de sus pestañas, de una espina de naranjo hábilmente untada con la ponzoña de su propio aguijón de enamorada.


Libros

Tengo que dejar de acumular tantos libros,
tengo que dejar de soñarlos poco a poco.
Y escribir ahora aunque quiebre mis dedos,
aunque deba abrir mis ojos para siempre.

Las viles novelas y las vastas enciclopedias,
se precipitan desde los estantes de mi vida,
de Benedetti  toman su inquieta geografía
y este suelo ya es más que Borges y su eco.

Debería pues, quitar los libros de mi vista,
sus innumerables letras que me indignan.
Y fingir que la mejor poesía ya fue escrita,
y que mis miembros desistan su existencia.

El más ligero párrafo de Conrad me duele,
Stevenson, Poe, se escapan de mis noches,
Melville pincela de blancura todo lo terrible
y Lovecraft me señala que la llama purifica.

Tengo que dejar de acumular tantos libros,
tengo que dejar de soñarlos poco a poco.
Y escribir ahora aunque quiebre mis dedos,
aunque deba abrir mis ojos para siempre.


Escenarios

Había una vez un pájaro muy quieto, triste y solo en un jardín vacío, aumentando la soledad de la tarde o ignorando círculos de despedida. Y el anciano Fao Wei en el sosiego de esa tarde, solo hablaba del amor mirando la silueta del ave o escribiendo su nombre en la arena, lejos de la orilla y de la ola que se ha ido.
Había una vez un pájaro Que quebró su vuelo herido de angustia y perdió su cielo y perdió sus nubes tratando de llegar al jardín místico del sueño. Y el anciano Fao Wei cantaba melodías y en el viento sembraba, recorriendo la playa desnuda de caracolas y desprovista de tiempo.
Había una vez arcoíris de plumas y alas en el aire, pero cuerpo viejo olvidado de trinos; y el pájaro eligió el jardín, su más hermoso deseo. Y el anciano Fao Wei, alguien tan triste y solo como el pájaro en la tarde, pero sin su consuelo, ni su libertad de morir a cualquier hora, en cualquier suelo.
Había. Había amor y sol en ese cielo; se desgranó la arena, se deshizo una nota en el silencio y grito el viento sin pausa. Había Ya no hay. Se ha retirado del escenario el anciano Fao Wei junto al ave solitaria,  pero vacío y carente de la simpleza de su sueño.


Second Life

El lugar existe, yo lo he visto con mis ojos cansados,
y he trazado círculos de silencios y piedras antiguas.
He caminado bajo una llovizna que no humedece.
Y un día, te esperé, un día que es todas las tardes.

25 junio 2013

Londres 1900

            Fue en diciembre de 1900, en el cambio de siglo, bebía una soda con mis hermanos cuando lo vimos aparecer en el patio trasero de nuestra casa, brumoso al principio, como un reflejo matutino sobre el estuario del Támesis, allí estaba, fue haciéndose tangible y real. Un artefacto extraño y un hombre andrajoso en su interior; colgaban gelatinosos líquenes de la castigada estructura, delgadas y extrañas plantas carentes de fotosíntesis. Parecía un refugiado de una batalla solitaria dentro de su irreal carro de combate, retornando del frente, de la delgada y oscura tierra de nadie. Luego, un segundo más tarde,  se descargó sobre nosotros, atravesándonos, la mirada del viajero a través del tiempo y supimos del delirio increíble, de las imágenes que danzaran ante sus ojos, de la desesperación y la impotencia por doblegar la corrosión de los años sobre su rostro, y de su certeza concreta de la muerte del sol.


Atardecer

Niña callada y solitaria, traslúcida de playas,
es hermoso observar el mar como tu lo haces,
pero allí no se encuentran todas las verdades,
de todos modos, que hermoso es mirar el mar.

No te he visto sonreír, bella niña despoblada,
¿Te han quitado el brillo de alguna estrella?
¿O aún esperas que una ola empape la luna?
Seguro, es hermosa tu sonrisa como ese mar.

¿Qué haré para narrarte la voz de la arena?
Te leeré despacio mi poesía pequeña tal vez,
un verso simple que nada vale, nada cuenta,
como esa arena, son solo palabras en papel.

Niña te asombraras de tu pequeñez, sentirás,
que aparte de estar tan callada, tan solitaria,
sientes traslucidez de otras playas a lo lejos,
tan parecida a mi, tan inmensamente lejana.

Eres lágrima morena, soñada dermis parda,
es que veo el horizonte allende a tu sombra.
¿Por qué tan fija y quieta tu mustia mirada?
¿Por qué tu castillo es de arenas y espadas?

Se han enamorado las estrellas de esos ojos,
en la playa de cangrejos blancos, esta noche.
Dime niña, tu que miras ese mar perdurable.
¿Ya es solamente para ti agua y vasto cielo?

Reptiles urbanos

            ¡Mira! – Dijo – Te confiaré un secreto – Su voz me hacía cómplice de la locura en las penumbras de la callejuela - ¡En mis sueños siempre hay terribles ojos de reptiles desconocidos que me observan desde las profundidades de las alcantarillas! – Preferí entonces, no contradecirlo, ni darme por enterado de los comienzos de una quimera fantástica que terminaría con su cordura; sonriendo le respondí una nimiedad y con una señal imperceptible ordené a mis crepusculares reptiles urbanos que dejarán de perseguir peatones y volvieran a sus nidadas oscuras y abismales.

El olvido de la Luna

Escasos bocados de rocío,
los saboreo, los manipulo,
es la frescura en este instante
del comienzo de la mañana,
antes de que el calor domine
los territorios aún nuevos
y avance sobre terrazas,
pavimentos y personas.

La luna, ya hace unos instantes,
ha desaparecido entre reflejos,
consumida es, por la claridad,
que espanta sombras y silencios,
sé que aún su figura carcomida
y mutilada, de medialuna su cara,
está por allí y que aún nos mira,
cómplice de agobios e ilusiones.

Yo entiendo su apuro de ocultarse,
su temor a permanecer descarnada
frente a la avidez ocular del orbe.

Yo sé de los olvidos y su anatema,
de los que el hombre es prisionero
cuando amanecen sus palabras.


18 junio 2013

Descaradamente azul

           En el reino del Este, bajo la sombra del nuevo y ostentoso zigurat, descansa el pequeño escorpión azul, lejos del sol abrazador del desierto de Uruk. Los demás congéneres, su familia directa, han desterrado a este de su imperio de rocas y ratas canguro debido a su pequeñez, debido a su color descaradamente azul, falto de convencionalidad y mimetismo. La huida del singular arácnido se produjo en medio de las tinieblas de la noche, amparado por una luna cómplice y fuegos fatuos en el horizonte, y el pequeño escorpión azul nada sabe de la arena arrastrada por el viento sobre las dunas, ni de la escasez de agua en la depresión que se comienza a formar al pie de la amurallada Eridú.


Enamorada

No quiero acostumbrarme, a tus ausencias.
No quiero olvidar tu sonrisa a cada instante.
Solo deseo esas melancolías de tu rostro,
o las alegrías por tus besos que me nombran.

Si me quitan el sonido prehistórico del viento.
Si me roban día a día puñados de sal marina.
se llevan también los jirones de mis sueños,
envueltos en esa calma de saberte enamorada.

No quiero empañar, el brillo de tus ilusiones.
No quiero irme sin decir te quiero, una vez más.
Solo anhelo tus caricias de encuentros cotidianos,
o tus palabras que pululan  mis sueños esta noche.

Si me ocultan la humedad pacífica del agua.
Si me obligan a renunciar hoy a tu destino.
Se alejan llevando retazos rojos de mi cuerpo,
enmudeciendo triste, tu condición de enamorada.


11 junio 2013

Boceto de autor

          Boceto: un rostro dibujado en tinta sepia, colores pardos de gotas que caen hacia un garabato de la vida del autor. Boceto: homenaje a las arrugas de mi padre, como un aguafuerte que conquista el lienzo y destiñe las fibras y se pierde en la desesperanza. Boceto: todo ello en el instante de mi mano bajo los borrones provocados por mi cuerpo, resaltando el encanto de la línea en el borde de la palabra. Boceto: uno más entre unos cuantos, azar caído sobre un vínculo de fuego. Es en ese instante cotidiano cuando deslizo mi sueño, mi boceto de autor, sobre el brillo de estas páginas.